jueves, 11 de junio de 2015

Soledades discursivas



Todas las sociedades, tarde o temprano, descubren que hay otros grupos y estos hablan un lenguaje distinto al suyo. Se descubre, con cierto asombro, que los sonidos que sirven para designar algo, nombrarlo, son ruido para otros.
Sonido y sentido, vínculo roto ante la diversidad de lenguas pero que en algún momento esta relación se consideró inseparable, determinada por un orden sobrenatural, una legitimidad sagrada de la cual emanaba un saber universal, independiente de las épocas.

En no todas las sociedades hay algún relato que explica la ruptura de la unidad original y dicha pluralidad aparece como una maldición y una condenación, consecuencia de una falta ante la unidad. Los psicoanalistas no han sido la excepción, podemos recordar ciertas situaciones con Freud, Lacan o más recientemente con Soler. Debemos advertir que somos producto de eso y haberlo pasado no evita que lo volvamos a repetir, de allí que la escuela sea un sujeto atravesado y atravesando estos traumatismos.
En la experiencia de análisis uno se responsabiliza de sus palabras, se convierten en verdaderos hechos a las palabras y la elección de una tiene sus consecuencias, ya que no sólo se responsabiliza de la elección sino también del lugar ante lo que se dice. Y la posición que se asume tiene efectos en la escuela, en la participación de cada uno en ella, pero ¿porque? ¿para que?

Jacques-Alain Miller esclarece qué es lo que lleva alguien a participar en la vida de la escuela, siendo la transferencia lo que realmente importa, apuntando a una causa y no a una persona. Llegando a este punto me encuentro con esas inevitables preguntas ¿que hace a un analista? ¿Cuál es el deseo del analista? Plantearse esto permite avanzar sobre que encausa a producir algo como resultado de una apuesta de trabajo con otros. ¿Qué formación en esa conversación mal-dicha? ¿Que apuesta esta escuela con miras a una maestría? Lectura y escritura —Soledad, rostro que no devuelve el espejo— falta que algo demande, invite a responder, que ponga la apuesta de un saber imposible de aprender, pero que es posible de transmitir.

Aquellas palabras de los otros, los libros leídos, las experiencias de la época, ejemplos de los demás —quimeras novedosas y gastadas— llegan hasta las soledades en busca de una dirección llena de ecos. En la escuela —compañía solitaria— se conversa, discute, se habla de psicoanálisis y psicoanalistas con amigos y concurrentes que vienen de diversos rincones de la ciudad. Considerar lo que llevo recorriendo ha hecho darme cuenta de los impases de la identificación, de idealizar la escuela y el psicoanálisis; complicaciones que se presentan para la causa aunque en su momento fue la carnada predilecta.
Por ello es necesario tener en cuenta que parte de la identidad no debe diluirse en los procesos de abstracción colectiva y que parte de la vinculación ética no debe enajenarse en los procesos de la identificación; es algo que cada uno tendrá que escuchar en lo que dice, siendo un proceso lento y solitario pero que ante el imposible grupal se puede hacer lazo, por lo tanto, se está advertido, mas no exento, de que no es La escuela ideal; no lo es, porque no es una que esté orientada por lo simbólico sino por lo real.


Marcada la letra y su compañía, la conversación se detiene o se arriesga a responder a una meditada cosecha de silencios —incertidumbres, confrontaciones, conversaciones escuchadas, amistades electivas y relaciones imposibles— no hay silencio sin palabras.